mar de oídos atentos...
¿qué te dice la piedra?
viernes, enero 26, 2007
Olor
¿pero a que huele? -Inquirió Fernando- ¿Qué olor tiene eso?. Si hay un olor a muerte tiene que ser algo determinado.
-¿Quieres saberlo Fernandito?- Pregunto Pilar, sonrriendo -¿Crees que pordrías olerlo tu?
-Si esa cosa existe realmente, ¿porque no habría de olerla yo también como otro cualquiera?
-¿porque no?-se burlo Pilar cruzando sus anchas manos sobre las rodillas-. ¿has estado alguna vez en algún barco?
-no. Ni ganas-
-Entonces podría suceder que no lo reconocieras.- porque, en parte, es el olor de un barco cuando hay tormenta y se cierran las escotillas. Si pones la nariz contra la abrazadera de una escotilla de cobre bien cerrada, en un barco que va dando bandados, cuando te empiezas a encontrar mal, y sientes vacío en el estomago, sabrás lo que es ese olor.
-No podría reconocerlo porque nunca he estado en un barco- dijo Fernando.
-Yo he estado en un barco muchas veces Dijo Pilar. Para ir a México y Venezuela.
-Bueno, y aparte de eso, ¿cómo es el olor?- Pregunto Robert Jordan. Pilar que estaba dispuesta a rememorar orgullosamente sus viajes, le miro burlonamente.
-Esta bien, inglés. Aprende. Eso es, aprende. Buena falta te hace. Voy a eseñarte yo. Bueno, despues de lo del barco, tienes que bajar muy temprano al matadero del puente de Toledo, Madrid, y quedarte ahí, sobre el suelo mojado por la niebla que sube del manzanares, esperando a las viejas que acuden antes del amanecer a beber la sangre de las bestias sacrificadas. Cuando una de esas viejas salga del matadero, envuelta en su mantón, con su cara gris, los ojos hundidos y los pelos esos de la vejez en la mejilla y el menton, esos pelos que salen de su cara de cera como los brotes de una papa podrida, y que no son pelos, sino brotes pálidos de la cara sin vida, bien, inglés, acercate, abrázala fuertemente, y besala en la boca. Y conocerás la otra parte de la que esta hecho ese olor.
-Eso me ha cortado el apetito- Protesto el gitano-. Lo de los brotes ha sido demasiado.
-¿Quieres seguir oyendo?- Pregunto Pilar a Robert Jordan.
—Claro que sí –contestó él–. Si es necesario que uno aprenda, aprendamos.
—Eso de los brotes en la cara de la vieja me pone malo –repitió el
gitano–. ¿Por qué tiene que ocurrir eso con las viejas, Pilar? A nosotros
no nos pasa lo mismo.
—No –se burló Pilar–. Entre nosotros, las viejas, que hubieran sido
buenas mozas en su juventud, a no ser porque iban siempre tocando el
tambor gracias a los favores de su marido, ese tambor que todas las
gitanas llevan consigo...
—No hables así –dijo Rafael–; no está bien.
—Vaya, te sientes ofendido –comentó Pilar–. Pero ¿has visto alguna vez
una gitana que no estuviera a punto de tener una criatura o que acabase
de tenerla?
—Tú.
—Basta –dijo Pilar–. Aquí no hay nadie a quien no se pueda ofender. Lo
que yo estaba diciendo es que la edad trae la fealdad. No es necesario
entrar en detalles. Pero si el inglés quiere aprender a distinguir el
olor de la muerte, tiene que irse al matadero por la mañana temprano.
—Iré –dijo Robert Jordan–; pero trataré de hacerme con ese olor mientras
pasan, sin necesidad de besarlas. A mí también me dan miedo esos brotes,
como a Rafael.
—Besa a una de esas viejas –insistió Pilar–; bésalas, inglés, para que
aprendas, y cuando tengas las narices bien impregnadas vete a la ciudad,
y cuando veas un cajón de basura lleno de flores muertas, hunde la nariz
en él y respira con fuerza, para que ese olor se mezcle con el que tienes
ya dentro.
—Ya está hecho –aseguró Robert Jordan–. ¿Qué flores tienen que ser?
—Crisantemos.
—Sigue –dijo Robert Jordan–. Ya los huelo.
—Luego –prosiguió Pilar–, es importante que sea un día de otoño con
lluvia o, por lo menos, con algo de neblina, y si no, a principios de
invierno. Y ahora conviene que sigas cruzando la ciudad y bajes por la
calle de la Salud, oliendo lo que olerás cuando estén barriendo las casas
de putas y vaciando las bacinillas en las alcantarillas, y con este olor
a los trabajos de amor perdido, mezclado con el olor dulzón del agua
jabonosa y el de las colillas, en tus narices, vete al Jardín Botánico,
en donde, por la noche, las chicas que no pueden trabajar en su casa,
hacen su oficio contra las rejas del parque y sobre las aceras. Allí, a
la sombra de los árboles, contra las rejas del parque, es donde ellas
satisfacen todos los deseos de los hombres, desde los requerimientos más
sencillos, al precio de diez céntimos, hasta una peseta, por ese
grandioso acto gracias al cual nacemos. Y allí, sobre algún lecho de
flores que aún no hayan sido arrancadas para el trasplante, y que hacen
la tierra mucho más blanda que el pavimento de las aceras, encontrarás
abandonado algún saco de arpillera, en el que se mezclan los olores de la
tierra húmeda, de las flores mustias y de las cosas que se hicieron
aquella noche allí. En ese saco estará la esencia de todo, de la tierra
muerta, de los tallos de las flores muertas y de sus pétalos podridos y
del olor que es a un tiempo el de la muerte y el del nacimiento del
hombre. Meterás la cabeza en ese saco y tratarás de respirar dentro de
él.
—No.
—Sí –dijo Pilar–. Meterás la cabeza en ese saco y procurarás respirar
dentro de él, y entonces, si no has perdido el recuerdo de los otros
olores, cuando aspires profundamente conocerás el olor de la muerte que
ha de venir tal y como nosotros la reconocemos.
(0) comentarios locochones
-¿Quieres saberlo Fernandito?- Pregunto Pilar, sonrriendo -¿Crees que pordrías olerlo tu?
-Si esa cosa existe realmente, ¿porque no habría de olerla yo también como otro cualquiera?
-¿porque no?-se burlo Pilar cruzando sus anchas manos sobre las rodillas-. ¿has estado alguna vez en algún barco?
-no. Ni ganas-
-Entonces podría suceder que no lo reconocieras.- porque, en parte, es el olor de un barco cuando hay tormenta y se cierran las escotillas. Si pones la nariz contra la abrazadera de una escotilla de cobre bien cerrada, en un barco que va dando bandados, cuando te empiezas a encontrar mal, y sientes vacío en el estomago, sabrás lo que es ese olor.
-No podría reconocerlo porque nunca he estado en un barco- dijo Fernando.
-Yo he estado en un barco muchas veces Dijo Pilar. Para ir a México y Venezuela.
-Bueno, y aparte de eso, ¿cómo es el olor?- Pregunto Robert Jordan. Pilar que estaba dispuesta a rememorar orgullosamente sus viajes, le miro burlonamente.
-Esta bien, inglés. Aprende. Eso es, aprende. Buena falta te hace. Voy a eseñarte yo. Bueno, despues de lo del barco, tienes que bajar muy temprano al matadero del puente de Toledo, Madrid, y quedarte ahí, sobre el suelo mojado por la niebla que sube del manzanares, esperando a las viejas que acuden antes del amanecer a beber la sangre de las bestias sacrificadas. Cuando una de esas viejas salga del matadero, envuelta en su mantón, con su cara gris, los ojos hundidos y los pelos esos de la vejez en la mejilla y el menton, esos pelos que salen de su cara de cera como los brotes de una papa podrida, y que no son pelos, sino brotes pálidos de la cara sin vida, bien, inglés, acercate, abrázala fuertemente, y besala en la boca. Y conocerás la otra parte de la que esta hecho ese olor.
-Eso me ha cortado el apetito- Protesto el gitano-. Lo de los brotes ha sido demasiado.
-¿Quieres seguir oyendo?- Pregunto Pilar a Robert Jordan.
—Claro que sí –contestó él–. Si es necesario que uno aprenda, aprendamos.
—Eso de los brotes en la cara de la vieja me pone malo –repitió el
gitano–. ¿Por qué tiene que ocurrir eso con las viejas, Pilar? A nosotros
no nos pasa lo mismo.
—No –se burló Pilar–. Entre nosotros, las viejas, que hubieran sido
buenas mozas en su juventud, a no ser porque iban siempre tocando el
tambor gracias a los favores de su marido, ese tambor que todas las
gitanas llevan consigo...
—No hables así –dijo Rafael–; no está bien.
—Vaya, te sientes ofendido –comentó Pilar–. Pero ¿has visto alguna vez
una gitana que no estuviera a punto de tener una criatura o que acabase
de tenerla?
—Tú.
—Basta –dijo Pilar–. Aquí no hay nadie a quien no se pueda ofender. Lo
que yo estaba diciendo es que la edad trae la fealdad. No es necesario
entrar en detalles. Pero si el inglés quiere aprender a distinguir el
olor de la muerte, tiene que irse al matadero por la mañana temprano.
—Iré –dijo Robert Jordan–; pero trataré de hacerme con ese olor mientras
pasan, sin necesidad de besarlas. A mí también me dan miedo esos brotes,
como a Rafael.
—Besa a una de esas viejas –insistió Pilar–; bésalas, inglés, para que
aprendas, y cuando tengas las narices bien impregnadas vete a la ciudad,
y cuando veas un cajón de basura lleno de flores muertas, hunde la nariz
en él y respira con fuerza, para que ese olor se mezcle con el que tienes
ya dentro.
—Ya está hecho –aseguró Robert Jordan–. ¿Qué flores tienen que ser?
—Crisantemos.
—Sigue –dijo Robert Jordan–. Ya los huelo.
—Luego –prosiguió Pilar–, es importante que sea un día de otoño con
lluvia o, por lo menos, con algo de neblina, y si no, a principios de
invierno. Y ahora conviene que sigas cruzando la ciudad y bajes por la
calle de la Salud, oliendo lo que olerás cuando estén barriendo las casas
de putas y vaciando las bacinillas en las alcantarillas, y con este olor
a los trabajos de amor perdido, mezclado con el olor dulzón del agua
jabonosa y el de las colillas, en tus narices, vete al Jardín Botánico,
en donde, por la noche, las chicas que no pueden trabajar en su casa,
hacen su oficio contra las rejas del parque y sobre las aceras. Allí, a
la sombra de los árboles, contra las rejas del parque, es donde ellas
satisfacen todos los deseos de los hombres, desde los requerimientos más
sencillos, al precio de diez céntimos, hasta una peseta, por ese
grandioso acto gracias al cual nacemos. Y allí, sobre algún lecho de
flores que aún no hayan sido arrancadas para el trasplante, y que hacen
la tierra mucho más blanda que el pavimento de las aceras, encontrarás
abandonado algún saco de arpillera, en el que se mezclan los olores de la
tierra húmeda, de las flores mustias y de las cosas que se hicieron
aquella noche allí. En ese saco estará la esencia de todo, de la tierra
muerta, de los tallos de las flores muertas y de sus pétalos podridos y
del olor que es a un tiempo el de la muerte y el del nacimiento del
hombre. Meterás la cabeza en ese saco y tratarás de respirar dentro de
él.
—No.
—Sí –dijo Pilar–. Meterás la cabeza en ese saco y procurarás respirar
dentro de él, y entonces, si no has perdido el recuerdo de los otros
olores, cuando aspires profundamente conocerás el olor de la muerte que
ha de venir tal y como nosotros la reconocemos.
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